Existe una tendencia en la sociedad actual a considerar el no seguir determinados hábitos saludables en los estilos de vida como un claro perjuicio para la salud, es decir, como un hábito nocivo.
Ciertos hábitos etiquetados como saludables, entre los que podríamos citar el de desayunar todos los días, ducharse diariamente, levantarse siempre a la misma hora o realizar yoga, constituyen un buen ejemplo de dicho fenómeno. La cultura de lo saludable lo inunda todo y nos exige adaptar nuestras vidas, en todos sus aspectos, a pautas de funcionamiento que se presumen saludables. Sin embargo en tal dinámica puede existir una tergiversación de lo que es realmente esencial a la hora de proponer un estilo de vida recomendable y libre de riesgos adicionales, que es básicamente el evitar las conductas de riesgo lesivo o de enfermedad.
No existe probablemente ninguna persona que sea capaz de observar un riguroso cumplimiento del sinfín de consejos interesantes que pueden formularse para la protección de la salud. Además, la inmensa mayoría de los seres humanos realizamos diariamente actos “arriesgados” y claramente contrarios al espíritu de una conducta estrictamente “saludable”, ineludibles en general: conducir automóviles, trabajar fuera de casa, cocinar, andar en la bañera, hacer deporte, transportar cargas pesadas, subir o bajar escaleras, etc.
Realmente no es posible generalizar la idea de que la no-práctica de algo que se supone beneficioso para la salud constituye per se un hábito nocivo, aunque nos privemos del beneficio que pueda aportarnos. Más bien, el hábito nocivo es el que nos provoca un daño constatable a corto o largo plazo, o que nos sitúa en situación de riesgo de contraer una enfermedad grave, y como tal hay que entenderlo.
Hábitos de riesgo
En los que llamaríamos hábitos de riesgo (conducir imprudentemente, practicar sexo inseguro, etc.), se incrementa el peligro de sufrir un daño por la práctica de una actividad en condiciones de escasa seguridad.
Hábitos tóxicos
Son los producidos por el consumo de una sustancia nociva que incrementa el riesgo de sufrir un deterioro. Entre tales hábitos se encuentran lógicamente los relacionados con el consumo de todo tipo de drogas, siendo el tabaco y el alcohol, por su gran extensión en la sociedad, los que más preocupan a las autoridades sanitarias
Los hábitos nocivos
Hábitos nocivos hay muchos, pero podríamos clasificarlos en dos grandes tipos:
Tabaco, el sempiterno hábito nocivo
El tabaquismo supone un problema de salud mundial de primer orden por ser la primera adicción en el mundo contemporáneo y ostentar de modo probado el dudoso honor de provocar más de 25 enfermedades graves. Asímismo es causante de un número altísimo de muertes prematuras en todo el mundo (4 millones al año aproximadamente). Se calcula que en torno a unos 500 millones de los 1.200 millones de fumadores que existen en el mundo morirán por una enfermedad relacionada con el tabaco, lo que supone que prácticamente uno de cada dos fumadores fallecerá antes de la vejez por el tabaco. El problema es aún mayor si se tiene en cuenta la gran cantidad de personas que por convivencia familiar o laboral se ven obligadas a respirar aire contaminado con humo del tabaco (fumadores pasivos) lo que también se ha demostrado como claramente perjudicial, sobre todo los niños.
Un cigarrillo contiene más de 4.000 sustancias distintas, la mayoría de las cuales posee un efecto tóxico o directamente cancerígeno. Estos son múltiples y variados (inducción de mutaciones genéticas favorecedoras de cáncer, efectos irritantes, inhibición de células de la defensa inmunológica, parálisis de los cilios respiratorios, desequilibrio enzimático proteasas-antiproteasas, inutilización de parte de la hemoglobina de la sangre que sirve para transportar el oxígeno, alteraciones metabólicas, aumento de la coagulabilidad de la sangre, etc.) Tanto poder lesivo se traduce en la capacidad de inducir numerosas enfermedades graves de tipo maligno (cánceres de pulmón, labio, boca, lengua, nasofaringe, orofaringe, senos nasales, laringe, esófago, páncreas, riñón, vejiga, cérvix, etc.); respiratorio (enfermedad pulmonar obstructiva crónica); cardiovascular (infarto de miocardio, angina cardiaca, trombosis cerebral, hipertensión arterial, enfermedad de Buerger, etc.); digestivo (úlcera gastroduodenal, gastritis aguda); inflamatorio crónico (estomatitis, faringitis, laringitis, etc.); ginecológico-obstétrico (abortos, niños de bajo peso al nacer…), etc.
Alcohol, un hábito cultural mal entendido
El abuso de alcohol en nuestra sociedad acarrea serios problemas para el individuo y para la sociedad por su sensible repercusión en la actividades cotidianas de la vida diaria (tráfico, trabajo, familia…). Se calcula que al menos una décima parte de la población española (hombres en su mayor parte) consume sistemáticamente una cantidad excesiva de alcohol.
El abuso de alcohol es causa de muchas enfermedades de tipo maligno (cánceres de senos óseos, boca, lengua, labio, orofaringe, nasofaringe, laringe superior, esófago, hígado…); cardiovasculares (arteriosclerosis, miocardiopatía); hepáticas (cirrosis etílica, hígado graso…); digestivas (cuadros de malabsorción, gastritis aguda, úlcera gastroduodenal, hemorragia digestiva alta, pancreatitis aguda y crónica); hematológicas (anemia perniciosa, enfermedades de la coagulación, enfermedades de las proteínas de la sangre); inflamatorias (faringitis crónica, laringitis aguda y crónica); metabólicas (aumento de ácido úrico, aumento de lípidos de la sangre, hipertrigliceridemia, cetoacidosis); renales (tubulopatías); sexuales (disfunción eréctil, esterilidad, frigidez); neurológicas (polineuritis, visión doble, miopatías, encefalopatía de Wernicke-Korsakoff, degeneración del cerebelo, demencia etílica, precipitación de crisis en epilépticos); psiquiátricas (suicidio, delirium tremens, trastornos de la personalidad, conducta agresiva), etc.
El alcohol constituye un serio problema de salud pública no sólo por la inacabable lista de enfermedades que puede provocar, sino también por el tremendo impacto que su consumo irracional ejerce en la convivencia. Se estima que están relacionados con el alcohol un 25% de los suicidios, un 15% de los accidentes laborales, un 25% de los accidentes de tráfico (porcentaje aún mayor -40%- si se consideran sólo los mortales) y un 20% de las urgencias médicas. De la población reclusa de cualquier país occidental, prácticamente la tercera parte cumple penas por delitos relacionados con el consumo abusivo del alcohol.
Sin embargo cabe decir que el consumo moderado (un vaso de vino en las comidas) puede disminuir el riesgo de infarto de corazón, efecto favorable que se ha demostrado en varios estudios clínicos.
Alimentación inadecuada
Se considera una alimentación inadecuada la que favorece enfermedades como la obesidad y la arterioesclerosis, entre otras posibles enfermedades. Una dieta sana ha de tener presente alimentos ricos en fibra (pan integral, frutas, verduras, legumbres, frutos secos…) y una proporción global adecuada de hidratos de carbono (50%), grasas (30% máximo, no debiendo superar las saturadas el 8%-10%) y proteínas (15%).
Una dieta con excesivas calorías o con exceso de grasas o hidratos de carbono conduce a la obesidad, sobre todo en ausencia de una práctica adecuada y regular de ejercicio. La obesidad favorece múltiples trastornos de salud, de los cuales destacan el síndrome de resistencia a la insulina (clave de la diabetes) y las enfermedades cardiovasculares.
La lucha contra la obesidad es prioridad en la política sanitaria de todos los países del mundo occidental y se centra en concienciar a la población en la mejora de los hábitos saludables relacionados con la alimentación y la práctica de ejercicio
Conducción imprudente
Los accidentes de tráfico son la primera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 34 años, y la quinta causa global de muerte. La cifra de fallecidos en accidente de circulación en nuestro país se sitúa todos los años entre 4.000 y 5.000 personas. Es de esperar una disminución de la cifra tras la entrada en vigor del carnet por puntos.
Los accidentes de tráfico son también la causa de la aparición de una discapacidad por cada cuatro accidentes de circulación (paraplejias, mutilaciones, etc.)
Se estima que de los accidentes de tráfico que se producen en España, más del 90% se producen por el factor humano (déficit de atención, conducción bajo los efectos del alcohol y/o medicamentos, error de maniobra, o simplemente imprudencia).
Por su elevadísimo coste humano, social y económico, los accidentes de tráfico son una preocupación muy seria para las autoridades, que intentan corregir los malos hábitos de los conductores mediante campañas sistemáticas de seguridad vial en los medios de comunicación, así como el endurecimiento de las sanciones.
Práctica de sexo inseguro
Por último cabe hablar de la práctica de sexo inseguro como una conducta de riesgo sanitario que provoca dos graves problemas, los embarazos no deseados y el contagio de enfermedades de transmisión sexual, como la hepatitis C o el SIDA. Este tipo de enfermedades, para las que aún no existe curación ni vacuna, hoy por hoy tiene su único control en la prevención de los hábitos de riesgo.
Hábitos de riesgo
Dentro del otro gran grupo de hábitos no saludables nos encontramos con las conductas de riesgo. Entendemos por tales las que incrementan la posibilidad de padecer lesiones o enfermedades. En este apartado es obligado hacer mención de las tres conductas de riesgo practicadas hoy día que más daños y mortalidad están generando en las sociedades desarrolladas:
Evitar el riesgo de enfermar
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha llamado la atención recientemente sobre el importante desafío que suponen en el mundo, y supondrán en los próximos 50 años, las enfermedades no transmisibles, es decir las enfermedades no infecciosas. En ellas, el estilo de vida puede marcar una decisiva influencia y, por tanto, el individuo tiene un papel muy importante en su potenciación o prevención.
Antiguamente las enfermedades infecciosas tenían un peso muy destacado en la salud de la humanidad. La esperanza media de vida de las personas hace dos siglos no era superior a 50 años y las epidemias (tuberculosis, viruela, difteria, peste, etc.) eran una realidad casi cotidiana. El estilo de vida de la época permitía un margen prácticamente nulo a las personas a la hora de prevenir los males que más se extendían por el mundo.
Sin embargo, determinadas medidas sencillas de salud pública que se fueron tomando, como depurar el agua de consumo, llevar las basuras o las aguas residuales fuera de las ciudades, administrar vacunas, etc. tuvieron un impacto tremendo en el control de las epidemias, favoreciendo notablemente la reducción de su incidencia.
Hoy día, afortunadamente (aunque en el tercer mundo sigan existiendo problemas de salud que en Occidente no hemos vuelto a ver desde hace mucho tiempo), en nuestra sociedad no nos preocupan tales amenazas. Gracias al progresivo control de las enfermedades infecciosas nos encontramos con que el hombre está cada vez más facultado para preservar su salud y disminuir con ello el riesgo de determinadas enfermedades.
Seguir fumando, bebiendo en exceso, conduciendo de modo imprudente, etc., implica eludir la responsabilidad que supone proteger de modo inteligente nuestra salud. En consecuencia, parece acertado afirmar que la mayor amenaza que se cierne actualmente sobre la salud del hombre occidental reside, muy probablemente, en nosotros mismos.
Fuente: Hola